Entradas populares

miércoles, 23 de septiembre de 2015

R.D.C. EL INTRUSO

 
 
 
 
 

Sé que debe parecer cómico imaginarme ahí, encima de la cama tacón en mano para defenderme del ataque del intruso, pero no tenéis ni idea de lo acojonada que estoy. Miro fijamente la puerta que en cualquier momento se abrirá y, no tengo ninguna duda que me pondré a gritar como una loca en cuanto eso suceda. Los pasos se detiene justo delante de mi cuarto.
 
¡Dios, el corazón me golpea tan fuerte en el pecho que creo que voy a desmayarme! La manilla de la puerta, empieza a moverse y ésta, se abre muy lentamente. «Medre mía, madre mía que esto no es un sueño, que un descerebrado está aquí en mi casa para hacerme daño —pienso». Cierro los ojos, los vuelvo a abrir, los vuelco a cerrar, ¿pero qué coño estoy haciendo? Está claro que el miedo y la adrenalina, me nublan la razón. «Tendría que haberme colocado detrás de la puerta para arrearle al intruso en toda la cabeza en cuanto traspasase la puerta». Pero ya es demasiado tarde, ya no me da tiempo porque él ya está dentro mirándome alucinado porque yo acabo de ponerme a gritar como una histérica, dando manotazos en el aire a diestro y siniestro. Así estoy durante un rato, golpeando el aire, sin ser consciente de que en algún momento he cerrado los ojos para no verlo.
 
Al ver que nadie se acerca a mi, abro los ojos y me quedo muda, con la boca abierta y muy quieta. Como si alguien hubiera accionado el botón de pausa dejando la imagen de mi sobre la cama congelada. No me puedo creer lo que están viendo mis ojos. De pronto, toda la angustia y el miedo que sentía hace dos segundos, se convierten en ira y en rabia. ¿Qué coño está haciendo él aquí? ¿y cómo ha conseguido entrar en mi casa? Me pongo a bufar. Si, si a bufar, como un rinoceronte a punto de embestir a su cazador, y en dos zancadas me plato delante de él y empiezo a golpearle en el pecho con todas mis fuerzas mientras grito:
 
¡Maldito cabrón, hijo de puta! —Él no dice nada, pero si coge mis puños con sus manazas para que deje de golpearlo y me abraza muy fuerte. Supongo que para que deje de temblar y me tranquilice. Y lo consigue. Consigue que deje de forcejear y me quede quieta sollozando entre sus brazos.
 
 
Cuando pasan varias minutos, no sé cuantos, cinco, diez, quince, vete a saber porque pierdo la noción del tiempo. Me deshago de su abrazo. Estoy cabreada, mucho, tanto que desearía arrancarle la cabeza con mis propias manos.
 
¡¡¿Cómo… cómo has entrado en mi casa?!! —Pregunto con rabia. Él, levanta una mano y me muestra unas llaves. Sigue sin articular palabra. Que no se digne a contestarme me enfurece aún más—. ¿Puedo saber por qué cojones tienes las llaves de mi casa? ¡Contéstame joder!
El viernes cuando te acompañé a casa y dejé tus cosas en la cocina, me olvidé de las llaves —explica tranquilamente.
¿Cómo que te olvidaste de las llaves? ¡Explícate!
Verás, cogí las llaves de tu bolso para abrir la puerta. Tú no te podías sujetar en pie por ti misma y entonces tuve que cogerte en brazos. Metí las llaves en el bolsillo de mis pantalones y me olvidé de que estaban ahí. Por eso no te las deje con el resto de tus cosas.
¡¿Y crees que por tener las llaves de mi casa puedes entrar en ella así porque si?! ¡¿No podías haberme llamado?! ¡¿O haber esperado a mañana para dármelas?! —Cada vez estoy más indignada.
Te llamé, pero tenías el teléfono desconectado. Vine hasta aquí porque pensé que podías no tener otra copia de las llaves y que igual las necesitabas. Timbré abajo muchas veces, y al no obtener respuesta, pues creí que algo te podía haber pasado después de lo del viernes, y como tampoco obtuve respuesta al mensaje que dejé en tu contestador el sábado por la mañana, mi preocupación aumento y por eso decidí subir y ver con mir propios ojos si estabas bien.
¿Y no te dio por pensar, que tal vez no quería hablar con nadie?
Pues no. Después de dejarte como te dejé la madrugada del sábado, y dada tu poca experiencia con el alcohol, simplemente creí que algo te había pasado.
¡Pues ya ves que estoy perfectamente! ¡Ya puedes largarte por donde has venido! —Grito.
¿Así es como me agradeces mi preocupación por ti?
¿Agradecerte? ¡Casi me matas del susto joder! ¿Y encima quieres que te lo agradezca? Mira, te agradezco mucho que me acompañaras a casa el viernes, y que me ayudaras a acostarme y todo eso… —digo pasando por alto el hecho de que me haya desnudado y demás, porque me muero de la vergüenza solo de pensarlo—. Pero no voy a darte las gracias por haberte presentado en mi casa. He pasado un miedo horrible por tu culpa, así que no esperes un gracias por mi parte.
Mira, todavía estás asustada y cabreada. ¿Por qué no te das una ducha, te relajas, y después nos vamos a desayunar al starbucks que hay a la vuelta de la esquina para poder hablar tranquilamente?
¿Pero es qué este hombre se ha vuelto loco? ¿Ir a desayunar con él? ¿Hablar tranquilamente? ¿A caso no le ha quedado claro en todo este tiempo que me cae como una patada en el estómago? ¿qué detesto su prepotencia, su arrogancia y su chulería? Pues va ser que no oiga.
 
Señor Dempsey, lárguese de mi casa ahora mismo —siseo con rabia.
Olivia, ¿puedo saber por qué me odias tanto?
¿Sinceramente? —Él asiente— Pues porque usted me trata como una mierda en el trabajo, me ningunea, me ridiculiza y, continuamente me amenaza con despedirme porque soy una inepta cuando ambos sabemos que no es así. Porque es la persona más arrogante y prepotente que he conocido en mi vida y porque…
¡Basta!
Usted ha preguntado…
Cierto.
Mire, ni a usted le gusto yo, ni a mi me gusta usted. Por alguna razón que no logro entender, ni siquiera nos caemos bien, así que, lo mejor es que nuestra relación se ciña estrictamente al ámbito laboral.
No sabes lo equivocada que estas…
¿Respecto a qué exactamente?
Algún día lo sabrás... —me tiende las llaves de mi casa, las cojo y después sale por la puerta desapareciendo de mi vista. Y yo, aunque no lo creáis, me quedo echa polvo sintiéndome la persona más ruin del mundo por haberle dichos todas esas cosas tan horribles. Aunque sean verdad.
 
Ese es uno de mis mayores defectos, que cuando me cabreo, las palabras salen de mi boca como si fueran dardos y por normal general, suelen ir directos al centro de la diana. Que le voy a hacer, soy así. Y luego claro está, me siento fatal por no saber controlarme y mantener la boca cerrada. Si es que no tengo remedio.
 
Por la tarde, después de haberme pasado un par de horas arreglando el apartamento, decido salir a dar una paseo por el parque. Necesito que me de el aire, a ver si de esa manera consigo despejar el nubarrón que pende sobre mi cabeza, y de paso deshacerme de algunas de las calorías ingeridas en mi post-borrachera. Ya veis, una manera sencilla de matar dos pájaros de un tiro. Esperemos que de resultado.
Me pongo unos leggins azul marino, una camiseta de tirantes blanca y, me anudo en la cintura una sudadera por si acaso. Me pongo los playeros, cojo el ipod que está en el cajón de la mesita de mi habitación y salgo a la calle. Tarareando la canción de de Taylor Swift ( Shake it off ), entro en el parque y camino en dirección de la estatua de George Washington.
 
Hay un montón de gente tumbada en el cesped, aprovechando los rayos del sol que todavía calientan, parejas cogidas de la mano y prodigándose muestras de cariño, niños corriendo y gritando entusiasmados. Vamos, lo típico de un domingo en un parque ¿no? Lo que pasa que como yo vengo tan poco por aquí, pues que queréis que os diga, no estoy muy acostumbrada a ello y me siento extraña. Nota mental, ( dejar de pillarse pedos descomunales y salir más a pasear al parque ), eso es lo que tengo que hacer. Si, ya sé que solo me he emborrachado una vez, que soy muy exagerada, pero es que creo que con una vez tengo bastante. Es lo que hay.
 
Me siento en un banco frente a la estatua del señor George y dejo que mis pensamientos campen a sus anchas por mi cabeza. Todos van dirigidos hacia la misma persona, Daniel Dempsey. Este fin de semana, ha conseguido colarse en mi mente y hacer que no pueda dejar de pensar en él. A pesar de que realmente le aborrezco, no consigo sacarlo de mi mente.
 
Las palabras dichas por Rebeca en el baño, retumban en mis oídos haciendo un eco ensordecedor. «Al jefe le gustas… Al jefe le gustas...». ¿Estará ella en lo cierto y yo completamente equivocada? No, no puede ser cierto. ¿Por qué alguien como él iba a fijarse en alguien como yo? No tiene sentido. A la vista está que para nada soy su tipo, todo lo contrario. Él está muy bueno, muy, muy bueno, pero que queréis que os diga, no saldría con él ni por todo el oro del mundo. Solo de pensarlo, me dan escalofríos de los chungos. Y ¿Queréis saber una cosa más? No acabo de creerme del todo la historia de las llaves de mi casa. Soy tan mal pensada que creo que lo hizo a propósito. Si, puede que esté equivocada pero… Piensa mal y acertarás.
 
Más tarde, cuando regreso a casa, lo hago más tranquila. Aunque no he conseguido mi objetivo al salir a pasear, ya que no he parado de darle vueltas al coco, me siento más relajada. Sé, que mañana será un día duro, y que él no me pondrá las cosas fáciles, pero eso no va a hacer que me acojone. Estoy dispuesta a plantarle cara y a no dejarme pisotear ni por él, ni por nadie.
 
La alarma del móvil suena a las seis y media de la mañana, y como cada mañana, hago el mismo ritual hasta llegar a la oficina. No voy a negaros que estoy nerviosa, muy, muy nerviosa, pero no puedo hacer nada por evitarlo. Llego a la oficina a las ocho menos diez, me paro en recepción a saludar a Amanda y a coger la agenda con lo dispuesto para hoy. Cuando estoy despidiéndome de ella, entra por la puerta el señor “soy un ogro”, se planta junto a mi y me espeta:
 
Olivia… A mi despacho. ¡Ahora! —Aunque ya me lo esperaba, el tono de su voz me sobresalta. Amanda, se encoge en su asiento y me mira con cara de lástima. Ella al igual que yo, sabe de sobra que se me avecina una de las gordas. Le sonrío para tranquilizarla y sigo a mi jefe por el pasillo aparentando una calma absoluta, pero solo aparentando, porque por dentro… uff por dentro estoy como un volcán a punto de erupcionar…